
Nosé quién tomó la decisión pero creo que fue un error. En lugar de llamar a Facundo Aché o alguien que supiera de la historia Gimnasista, se llamó a un ignoto periodista de Capital Federal. Entró tímido a la sede de calle cuatro y lo llevaron hasta la sala del archivo. Pacheco cuidadosamente, la había bajado y sacado del cuadro la noche anterior.
Él saludo amablemente – aunque algo frío para nuestra manera de hacer las cosas - y después se sentó justo frente a ella, encendió el grabador y comenzó el diálogo:
- 100 años. Usted si que tiene historias para contar. Lo vio campeón del 29, lo vio campeón de la Copa Centenario. Lo vio en la racha más extensa sin perder clásicos desde febrero de 1986 hasta junio de 1991, impresionante. Ha visto bajar y subir en la tabla a Gimnasia, en las buenas y en las malas.
- Es así – dijo ella – pareciendo sonreír. Tengo un siglo de vida, sí, pero no le miento si le aseguro que mantengo la misma fuerza, la misma ilusión que aquellos primeros años.
- Bueno pero no me puede negar que en este siglo a cambiado mucho.
- Si, si, todos cambiamos. Pero sigo manteniendo la esencia. Lo mío, lo digo sin tapujos: es despertar amor. Es avivar la pasión. Es ser parte de una aventura que se renueva y se renueva.
- ¿se emociona al recordar viejos equipos?
- Seguro. Como si fuera ayer recuerdo la hidalguía de aquellos jugadores que en el 33 se sentaron ante el robo del árbitro. O recuerdo a muchos de los que más me vistieron dentro del campo de juego. Y de aquellos que me besaron cuando hicieron un gol importante. Pero le voy a decir la verdad, un secreto que guardo aquí en la franja azul, que cuando digo “soy la camiseta de Gimnasia” me hace sentir más orgullosa: esto es la cantidad de protectores que tengo afuera del verde césped. Cientos, miles de personajes anónimos, algunos que se hicieron conocidos después, personajes como el Negro José Luís que me cuidaron, ante cualquier tipo de ataque. ¡Ay de quién intentara mancillarme! Y tengo el orgullo de que los chiquilines en los barrios más humildes me hagan volar en hamacas y toboganes. Tengo el orgullo de aquellos que hacen conmigo un ritual y el día del partido, me toman como algo sagrado, me agregan a su cuerpo, porque no voy encima de los cuerpos sino que soy una parte más de cada uno. Qué goce cuando salen caminando para mi bosque amado. Le puedo asegurar, que eso no tiene precio. Y le voy a contar una historia que sucedió cuando recién nací. En esa época a nadie se le ocurría ponerle una camiseta a un niño chiquito, no había talles, no existían. Pero al Papá de Teresa Amparo Rodríguez (nuestra socia Nº 1998) mandó a confeccionar una camisetita para el hijo que venía (hermano de Teresa, nacida el mismo día que se inauguró el Glorioso del Bosque). Claro, el sastre iba a tardar un tiempo. Tampoco se vivía con la urgencia de ahora y no existía la venta a mansalva, por todos lados. Fue paulatino. Y cuando empezó a venderse en la casa de deportes, en la vidriera, por temor y por conveniencia, la que se exhibía era yo. El resto o abajo o en los cajones. Pero volviendo a esta historia, el papá de Teresa tenía una tienda que se llamaba “La Oriental” 7 e/55 y 56 y lamentablemente fallece de peritonitis a los 33 años. Su señora estaba embarazada de Teresa. Por una cuestión de subsistencia ella vuelve a abrir la tienda y una tarde se presenta una señora con un paquete, que contenía una camisetita de Gimnasia, destinada a su hijo. Un empleado de la tienda habló con un jugador de Gimnasia y el hermano de Teresa, con un año y medio, entró al campo de 12 y 72 con la única camisetita de Gimnasia en ese talle, regalo de su papá.
- Luego fue más común, esto de las mascotas y de las camisetas por doquier, agregó el periodista.
- Y sí, después, ya en la década del 60 el que la llevaba a la cancha, salvo algún chiquito, tenía que ser guapo. Y en Gimnasia sobraban. Tipos que siempre iban de frente, en el tren a todos lados. Y que cada vez que terminaba el partido, saliera como saliera, se escuchaba “Ginasiá!-Ginasiá!”. Escuchar eso después de una derrota, no tiene precio, porque es como decir “acá estoy, te caíste pero enseguida tenes la mano del tripero para levantarte”. – hace una pausa y continua - En los últimos años la cosa cambió, estoy en los cines, en los casamientos, en los cumpleaños de quince. Antes era otra cosa, en menor medida, pero siempre con el mismo amor. Venían de Berisso los padres con sus pibes, gorditos, morochitos, porque eran otras épocas. Un estofado de casa humilde hace años hoy sería un manjar para todo un plantel. Algunos venían caminando, en alpargatas, otros, yo lo viví, en tranvía. A cierta hora usted me podía encontrar en muchos puntos a la vez, yendo al Bosque de la mano de su viejo, o en barra de amigos. Desde Villa Elisa, desde Ensenada, desde Los Hornos. Y he viajado a todos lados. Me llevan con ellos de vacaciones y me llevan con ellos siguiendo al lobo.
- ¿Le gustaron los cambios de diseño que le han hecho a través de tantos años?
- Bueno, entiendo que la publicidad, el dinero que ingresa es para ayudar al club, aunque me gustaría más salir sin marcas. Con la franja limpia. Pero bueno, hay que acomodarse a los cambios, mientras claro, se mantenga lo importante. No me gusta que me vendan cara, eso sí. Me gustaría que todos tengan posibilidad de tenerme junto a ellos. Y no me ha importado cambiar de tela. Pero si me importaría, me molestaría, obviamente: cambiar de colores. Eso jamás espero lo permitan.
- Usted dijo que la han llevado a todos lados ¿cuál fue el lugar más lejos?
- Si le digo de jugadores le diré que tengo un orgullo extra, más allá de haber estado en Japón, en la India junto a la Madre Teresa de Calcuta, he tenido la suerte de estar en Europa. Y que mis jugadores fueran aplaudidos en Madrid, en Barcelona. Jugaron en la nieve, pero nunca sentí frío, eso nunca. Y tampoco nunca nadie insultó mis colores por la manera de jugar, no dimos patadas ni golpeamos de atrás cobardemente, por eso en Europa fuimos un ejemplo. Nadie podrá decir de nosotros, como si ocurre con otros, que: los europeos han dejado de venir a jugar la copa a Argentina después de las patadas desleales que recibieran de cierto equipo. Eso queda para otros, no para nosotros.
- Es innegable que cuando habla siente alegría por estos 100 primeros años.
- Por supuesto. ¿Cómo no voy a sentirme así? Le cuento algo más: hace unos pocos años le tocó a Gimnasia ir a jugar a Colombia por la Copa Libertadores. Ya estábamos eliminados. No había ninguna clase de chance deportiva. El partido era un trámite, vacío en lo deportivo, a miles de kilómetros de nuestro Bosque. Pero salió el equipo a la cancha y miré a la tribuna y hay estaba yo, y si no lo cree, mire algún archivo de diario de ese partido. Una bandera que decía “Mondongo” que es mi barrio más entrañable y en la popular, gritando “Sebas”, Sebastián Petrica conmigo gritando. No importaba que no se jugara nada. Había un equipo de Gimnasia y Gimnasia nunca está solo. Sebas, un pibe humilde que no le sobra el dinero para nada. Así es Gimnasia. Como no voy a estremecerme recordando estas cosas. La avalancha del primer gol en Avellaneda cuando ascendimos en el 84. Pasearme por Mar del Plata por un amistoso con la pasión y el desenfreno como si se jugara la final de la copa del Mundo. Y una inolvidable también: quizás haya visto usted la foto. Era un almuerzo de Triperos y fue Samanta Díaz, fotógrafa de Tribuna Gimnasista. El Doctor René me tomó, con aquellas manos que tantas vidas supo salvar y sin pensarlo me abrazó contra su corazón. ¿Y usted como quiere que no sienta alegría, orgullo de haber vivido estas cosas? Sabe que no puedo evitar emocionarme cuando uno, uno solo de los míos, estira el cuello en algún partido y me besa. No puedo. Es más fuerte que yo, es el sentimiento. Por eso no importa la tela, no importa el paso de los años. Lo que importa es que estoy hecha de sentimiento, soy el uniforme de un pueblo que me quiere. No hay nada más grande. Me hice fuerte en mi bosque, nuestro bosque. Porque soy como Gimnasia: plural. Una tarde, un 12 de julio, hace poco, sentí tantas lágrimas de alegría caer sobre mi, de todas las edades. Me uní en tantos y tantos abrazos que se dieron. Y eso me encanta, cuando nos unimos, soy gigante. Y otra cosa que me pasa es en los clásicos en el Bosque, donde más segura me siento, más defendida. Mi casa, nuestra casa, donde tan pocas veces sufrí derrotas. En esos partidos me siento de acero, y de fuego azul, y de luz. Cumplí 100 años, sí. Soy de mi pueblo. Estoy en cada barrio, en cada casa donde hay un tripero. Ellos me protegen.
- Por último. ¿Qué le pediría a los hinchas de Gimnasia?
- No les puedo pedir más a quienes tanto amor me dan. Pero bueno, déjeme pensar. Les podría pedir que si nos toca perder un partido, me sigan demostrando con su aliento que siempre el sentimiento sigue intacto. Sinceramente es una caricia su grito de amor por Gimnasia cuando las cosas no vienen bien. Si me quieren agasajar me gustaría que todos se unieran, como dice el himno, para cuidar y hacer crecer lo nuestro, lo que tiene mis colores… 100 años tengo. Déjeme pensar. Si, tengo un favor que pedirles. Aunque estén solos, aunque no estén en la tribuna, por favor, canten esa canción que tanto me gusta, esa que dice “La camiseta del Lobo, la llevo en el corazón, yo te sigo a todas partes, aunque no salgas campeón”. (Autor: Rafael Ton)
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