Un entorno magnífico. En lo alto, un cielo limpio; acunando la multitud, los árboles del bosque platense. Miles de rostros ansiosos esperan el clásico. Sucede a principios de los 70: la gente no pregunta por el precio de las entradas, simplemente va a la cancha. Entre esa gente, justo en el medio de la cabecera local, hay un negrito delgado, fibroso, con hombros imponentes. La tribuna roja y blanca, desde un costado, en minoría, lanza su artillería con pegadizo compás: “Para ser hincha del Lobo/ dos cosas hay que tener/una casilla en Berisso/ y un long play de chamamé”. Racimos de berissenses y mondongueros acusan el impacto, y la tensión social crece en los minutos previos al partido. Pocos atinan a mejorar el “hijos de puta” o el célebre “pincha, compadre...” El negrito no lo piensa más: utiliza su singular potencia para subir a codazos a un paraavalancha y empieza a cantar. En derredor se hace silencio, hasta que todos captan la idea. Minutos después, los otros tres costados del estadio aúllan la consigna, tosca y llana.
José Luis Torres (a) El Negro José Luis, una bestia en la pelea callejera, dicta o vomita su historia, a modo de respuesta: “Seremos negros/ seremos basureros/ pero en La Plata/ mandamos los triperos”.
Puede decirse: no fue un buen hombre. Puede decirse: nunca atemperó la discordia horizontal. Puede decirse: su lealtad era imponente. Y también: no peleaba para mostrarse valiente. Peleaba porque le gustaba pelear.
Hinchas rivales, de Primera y del Ascenso, lograron herirlo, hospitalizarlo, mas no vencerlo. Rápidamente volvía, vendado, a los estadios y a los recitales.
Como en los buenos tangos, vivió hasta grande con su mamá. La relación era enternecedora. Aunque parezca extraño, no faltaba el beso en la frente, el elogio desmedido y la comparación con otras mujeres, que derivaba inevitablemente en un triunfo de la Vieja. Su casa tenía las características de un hogar humilde “bien llevado” por la patrona. Su habitación era un compendio de banderas y elementos del Lobo conjugados con discos y posters de rock. Su tesoro más preciado: la grabación de un programa radial en el cual el Indio Solari narraba que él, el Negro JoséLuis, era la Bestia Pop. En distintas etapas de su vida escuchó a Polifemo, Pappo, Barón Rojo, V8, Hermética y, por supuesto, los Redonditos de Ricota. No lo sabía cuando los descubrió, pero Poli y Skay ya lo conocían. En los primeros recitales platenses de la banda, ese morocho enfundado en una gran bandera azul y blanca era más conocido en la región que quienes serían ídolos supremos en todo el país. Cuando la guía espiritual y el guitarrista todavía podían ir a triperear por los viejos tablones de 60 y 118 sin que se armara un amontonamiento, observaban el accionar del Negro e, inconscientemente, tomaban nota.
Alcanzó el complicadísimo liderazgo de la hinchada luego de reyertas sorprendentes contra propios y ajenos. Entre fines de los 70 y mediados de los 80, su reinado fue turbulento, pero admitido. Entre todos, y con varios más, construyeron mitos, golpearon rivales, elaboraron poemas tribuneros, se convirtieron en la pesadilla de “la Bonaerense”.
Con los años, el consumo fue aumentando, las entradas a las cárceles se intensificaron y su liderazgo fue decreciendo. “El Negro José Luis es nuestra bandera, Fierro es nuestro jefe” empezaron a decir los muchachos de las áreas sureñas que no figuran en las visitas guiadas a la capital provincial. Pero, como en las buenas películas de piratas, cuando las canas empezaban a surcar sus cabellos, el amor irrumpió y capturó al imposible. Hay quien dice que le hizo bien. Lo cierto es que cuando empezaban a esfumarse los 90, una lobita hizo su irrupción en la agitada vida de nuestro héroe. La bautizó Paloma Azul.
Aunque suene raro en un país que parece no tener códigos, José Luis y su entorno garantizaron durante bastante tiempo algunas normas cuya mención puede confundir a los que miran el trazo grueso de los alrededores. Básicamente, la presencia de la familia en las canchas. Lo que la propaganda de la AFA no consiguió, lo que los superpoderes policiales no obtienen, lo lograron Tabbia, José Luis y Fierro. El Negro José Luis, la Bestia Pop de los Redonditos de Ricota, se fue el 7 de junio, días después de que un dolor trivial lo llevara hasta un centro de salud. Tenía 46 años. Una bandera azul y blanca lo envolvió al final.
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